Un Jueves Santo de 1999, durante unas vacaciones en la Sierra de Madrid, empecé a sentir una sensación parecida al dolor de estómago, pero que no había padecido nunca. Bebí agua, me subí al coche y ya no recuerdo nada más. Isabel, mi esposa, recuerda que no perdí el conocimiento pero tuve que detener el coche y sentarme en el bordillo. Dos chicas se acercaron a auxiliarnos.
Un Jueves Santo de 1999, durante unas vacaciones en la Sierra de Madrid, empecé a sentir una sensación parecida al dolor de estómago, pero que no había padecido nunca. Bebí agua, me subí al coche y ya no recuerdo nada más. Isabel, mi esposa, recuerda que no perdí el conocimiento pero tuve que detener el coche y sentarme en el bordillo. Dos chicas se acercaron a auxiliarnos.
La casualidad —o la providencia— quiso que fueran enfermeras y me aplicaron las técnicas de rehabilitación cardiopulmonar básica, tomaron mi pulso, me dieron un masaje cardiaco y esperaron hasta que llegó Samur-Protección Civil. Intubado, me trasladaron al Hospital de La Paz.
Abrí los ojos en la UVI. Había sufrido una fibrilación auricular o muerte súbita abortada. Días después, los médicos me sometieron a varias pruebas, entre ellas un cateterismo y, como no podían solucionar la arritmia, decidieron colocarme un desfibrilador automático implantable (DAI) y me recetaron de por vida un anticoagulante oral.
Los primeros días lloraba de impotencia, pero, poco a poco, con la ayuda del Dr. Toral, del Hospital Carlos III, y de varias sesiones con un psicólogo, pude ver la situación con mayor perspectiva. La vuelta al trabajo, seis meses después del episodio, y el apoyo de mi familia y amigos me rehabilitaron completamente. Ahora realizo las actividades normales de una persona de mi edad; sólo he sustituido el fútbol por el yoga, el golf y el senderismo. Y he aprendido a vivir sin el tabaco.
Mi consejo para quienes tengan que colocarles un DAI es que no se alarmen porque podrán retomar su vida y disfrutar de sus aficiones con menor riesgo. Siempre pienso que el DAI es mi salvavidas, una protección que hace que mi corazón esté más seguro que cualquier otro.