Cuando era niña me di cuenta que yo no podía hacer las cosas que los demás niños hacían sin
problemas. Tenía coartación aórtica y me sometía a revisiones periódicas, pero no quise asumir mi enfermedad hasta que me dijeron que tenía que operarme, a los 18 años. Necesitaba una válvula aórtica. Tuve que entrar al quirófano dos veces. La primera vez, la válvula se vio afectada. Todo esto me traumatizó un poco.
Cuando era niña me di cuenta que yo no podía hacer las cosas que los demás niños hacían sin
problemas. Tenía coartación aórtica y me sometía a revisiones periódicas, pero no quise asumir mi enfermedad hasta que me dijeron que tenía que operarme, a los 18 años. Necesitaba una válvula aórtica. Tuve que entrar al quirófano dos veces. La primera vez, la válvula se vio afectada. Todo esto me traumatizó un poco.
Cuando salí del hospital, la cicatriz en el pecho me recordaba que ya no era normal. Tenía una larga lista de instrucciones sobre las actividades prohibidas, los alimentos que debía consumir y los medicamentos que necesitaba. Tuvo que pasar algún tiempo para que entendiera que era una persona como cualquier otra. A partir de mi última operación, un by-pass en 1995, me liberé por completo. Hoy puedo decir que estoy orgullosa de mí misma y que disfruto de una vida plena.
Antes los médicos esperaban a que el paciente fuera mayor de edad para operarle, pero ahora a los niños cardiópatas se les interviene apenas nacen. Ellos y sus padres reciben el apoyo de asociaciones especializadas y la información médica que antes estaba vedada al enfermo. Yo, por ejemplo, soy voluntaria en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, en la Asociación Española de Portadores de Válvulas Cardiacas, Aepovac, y en la Fundación Española del Corazón. Mi experiencia puede enriquecer a los demás. Padecer una dolencia coronaria no impide tener una vida absolutamente normal.