La Fundación Española del Corazón (FEC) alerta de que el estrés laboral aumenta el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular, pues los tiempos actuales de crisis económica favorecen la aparición de este factor de riesgo cada vez más común en nuestra sociedad.
Y es que la recesión económica de nuestro país, prevista por el Fondo Monetario Internacional (FMI) para los dos próximos años, aumenta el nerviosismo de aquellos que sufren por mantener su puesto de trabajo, de los que se han quedado desempleados e intentan encontrar un nuevo empleo o de las personas que se ven ahogadas por las deudas.
Varios estudios de la literatura médica han apuntado la asociación existente entre el estrés psicológico y la incidencia de la enfermedad cardiovascular, catalogando el estrés como un nuevo factor de riesgo cardiovascular, comparable a otros clásicos como son la obesidad, el sedentarismo, la diabetes o la hipertensión, entre otros.
Concretamente, y según el estudio “Psychological Distress as a Risk Factor for Cardiovascular Events: Pathophysiological and Behavioral Mechanisms” publicado en Journal of American College of Cardiology, realizado por el departamento de epidemiología y salud pública del University College de Londres, existe relación entre enfermedad cardiovascular y estrés mental, pues tras analizar el estrés psicológico en 6.576 mujeres y hombres sanos mediante cuestionarios específicos, se demostró que existían cambios conductuales adaptativos inducidos por el estrés, de tal manera que las personas que sufrían más estrés mostraban hábitos de vida menos saludables, destacando el sedentarismo, el hábito tabáquico y el consumo de alcohol, siendo así más propensas a desarrollar una enfermedad cardiovascular, pues la suma de varios factores de riesgo aumenta las posibilidades de padecer algún tipo de enfermedad cardiovascular.
Otro estudio, titulado: “Lack of Predictability at Work and Risk of Acute Myocardial Infarction: An 18-Year Prospective Study of Industrial Employees”, desarrollado en los países escandinavos y publicado en American Journal of Public Heath, sugiere como, de modo general, la inestabilidad y la baja seguridad laboral pueden estar asociadas a un riesgo aumentado de sufrir un infarto agudo de miocardio en trabajadores sanos de edad media sin enfermedad cardiovascular previa.
La explicación radica en que el estrés es el gran causante del aumento de la secreción de las catecolaminas y el cortisol plasmático (hormonas producidas por las glándulas suprarrenales). Esta activación neurohormonal induce a cambios hemodinámicos, como son el incremento de la tensión arterial y de la frecuencia cardíaca; las alteraciones metabólicas como la resistencia a la insulina; el aumento de la agregación plaquetaria; la disfunción endotelial; el aumento en la resistencia vascular sistémica; la inestabilidad de la placa de ateroma; la alteración del flujo coronario; las arritmias ventriculares y el desencadenamiento de fenómenos inflamatorios e inmunológicos. Estos cambios pueden favorecer el desarrollo de la aterosclerosis, llevando a complicaciones cardiovasculares asociadas, tales como la enfermedad coronaria o los accidentes cerebrovasculares.
“La respuesta ante el estrés, un mecanismo adaptativo fisiológico que permite al organismo contrarrestar los estímulos negativos, desencadena la activación de una compleja cascada hormonal, la cual es fisiológicamente útil para luchar contra los factores estresantes. Sin embargo, la activación repetida o exagerada, secundaria a un estrés psicológico mantenido, resulta finalmente dañina para el organismo, debido a los efectos adversos de la activación neuroendocrina mantenida sobre el estado hemodinámico, metabólico e inmunológico del organismo”, apunta el Dr. Agustín Pastor, tesorero de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), “aunque la asociación entre estrés psicológico y riesgo cardiovascular está bien establecida, los mecanismos intermedios que pueden precipitar el estado de enfermedad, todavía están por aclarar. Los cambios en el comportamiento, como el tabaquismo excesivo, la inactividad física y los hábitos dietéticos inadecuados pueden surgir como una respuesta adaptativa o de supervivencia ante el estrés psicológico, actuando por tanto como factores intermedios potenciales en el proceso de la enfermedad”, explica el especialista.
“Conocer los procesos conductuales y fisiopatológicos que actúan entre el estrés psicológico y la enfermedad cardiovascular proporcionarán la clave para comprender y tratar el estrés psicológico en un intento de reducir el riesgo cardiovascular”, concluye el Dr. Pastor.
Recomendaciones de la FEC para disminuir el riesgo cardiovascular asociado al estrés
Puesto que es muy difícil actuar sobre los factores psicosociales, ya que en muchos casos dependen de condiciones externas, no controlables por el propio paciente, es necesario incidir en mayor medida en el control de los factores de riesgo cardiovascular modificables clásicos, como son el hábito tabáquico, la obesidad, el sedentarismo, la hipertensión, la diabetes y la hiperlipemia, a través de la realización de ejercicio físico de forma regular y tratando de controlar periódicamente los niveles de presión arterial, glucemia y lípidos.
El ejercicio físico aeróbico practicado de forma regular, treinta minutos diarios, seis veces a la semana, es una dosis de ejercicio “efectivo” para mejorar el estado de ánimo en pacientes depresivos, teniendo en cuenta, además, el efecto beneficioso sobre el riesgo cardiovascular.
Es importante en estas circunstancias de estrés, fortalecer los lazos familiares, de grupo y de amistad que permitan al paciente con estrés sentirse apoyado y escuchado, pudiendo verbalizar y aislar su angustia, aunque sea de forma transitoria, evitando de esta forma fenómenos de aislamiento social.
Asimismo estos pacientes pueden beneficiarse de técnicas de reducción y manejo del estrés, tales como el yoga, la meditación, el estudio de la respiración o clases específicas de reducción del estrés proporcionadas por profesionales basadas en técnicas de “mindfulness”.
En paralelo con estas medidas, y si la situación lo requiere, tanto el médico de atención primaria como el cardiólogo pueden estar atentos a la necesidad de administrar fármacos (ansiolíticos, antidepresivos) o referir al paciente a tratamiento específico con psicólogo o psiquiatra, dependiendo del contexto.