Hay que remontarse al sigo XIX para conocer los inicios de lo que es hoy este popular y útil método diagnóstico. La historia de los rayos X comienza con los experimentos de un científico británico, pero es gracias a la insistencia de un físico alemán que se consigue radiografiar la primera imagen de un miembro humano. Aquí te lo contamos.
Los primeros pasos
A finales del siglo XIX un prolífico inventor de nombre Crookes hizo pasar corrientes eléctricas a través de un tubo de vidrio, del que había extraído parcialmente el contenido aéreo, desde un polo positivo colocado en uno de los extremos hasta un polo positivo colocado en el extremo opuesto. Los rayos resultantes de estas corrientes fueron denominados rayos catódicos y en ellos radicaría la base principal para el desarrollo de los que conocemos como radiografía clínica y cuyo principio básico no es otro que el de los llamados rayos X.
En 1894, un científico alemán, llamado Wilhelm Roentgen se interesó en el estudio de los rayos catódicos ante la inaceptable idea de que dichos haces fotónicos no eran capaces, como había aventurado Crookes, de atravesar el vidrio y sí por el contrario otras materias. Roentgen estaba convencido de lo contrario.
Por aquella época, otro científico germano, llamado Phillip Lenard, hizo importantes modificaciones en el tubo de Crookes aprovechando las investigaciones de Hertz, el cual había demostrado que estos rayos catódicos, si no eran capaces de atravesar el vidrio sí estaban capacitados, por el contrario, para pasar a través de finas láminas de aluminio.
La tozudez de Roentgen
Así pues, Lenard creó una ventana de aluminio dentro del tubo de vidrio de Crookes e hizo circular los rayos catódicos en su interior. Con posterioridad pudo comprobar que un papel impregnado en una solución de platinocianuro de bario adquiría una fluorescencia especial cuando era atacado por los rayos del tubo de Lenard cuando estos salían a través de la ventana de aluminio. Esto vino a confirmar, como había sugerido Crookes, que los rayos catódicos atravesaban el aluminio pero eran impermeables al vidrio. Roentgen no quedó del todo convencido.
Semanas más tarde, el tozudo científico alemán tomó el primitivo tubo de vidrio de Crookes, sin ventana de aluminio, y lo cubrió con una cartulina totalmente negra. A continuación oscureció toda la sala para que no se filtrara luz alguna desde el exterior e hizo pasar la corriente de rayos catódicos por el tubo proyectándola sobre una pantalla de platinocianuro de bario, situada a más de un metro de distancia. Ante aquella agresión lumínica la pantalla exhibió un brillo leve que poco a poco se fue intensificando. Roentgen aplicó nuevas descargas al tubo al tiempo que alejaba cada vez más la pantalla de platinocianuro obteniendo siempre el mismo resultado: la luminiscencia.
Sus conclusiones inmediatas no le dejaron un resquicio para la duda. No era posible que el fenómeno fuese debido a los rayos catódicos de Crookes sino a otros de naturaleza hasta entonces desconocida, denominándolos por esa razón rayos X.
Investigaciones posteriores le permitieron conocer a Roentgen que los nuevos y desconocidos rayos X alcanzaban una distancia de hasta dos metros, que viajaban siempre en línea recta, que ningún campo magnético era capaz de desviarlos y que de la misma manera que podrían atravesar tejidos humanos blandos eran impenetrables para los huesos y sobre todo para el plomo. Si esto era así, un haz de rayos X atravesando un tejido humano dibujaría con todas las posibilidades las interioridades del mismo diferenciando perfectamente las partes blandas (la carne) de las duras e impenetrables (los huesos).
La primera radiografía de un miembro humano
El científico fue consciente desde los primeros instantes de la importancia de su descubrimiento y por esa razón no lo dio a conocer hasta que estuvo plenamente seguro de sus trabajos. Su esposa fue de gran ayuda y fue ella misma la que prestó su mano derecha al científico para que por primera vez en la historia de la Medicina se fotografiase (se "radiografase") un miembro humano para tratar de averiguar el estado de sus estructuras internas y cuyo original se conserva en las Biblioteca Frances Countway de Boston.
La radiografía de la mano de su esposa Bertha (en la foto de arriba) ocupó las portadas de los principales periódicos de todo el mundo. Su hallazgo reportó a Roentgen numerosos reconocimientos y premios, entre ellos el Primer Nobel de Física de la Real Academia Sueca de Ciencia (cuya dotación económica donó a la Universidad en apoyo a la investigación). Sin embargo, Roentgen no continuó explorando las posibilidades médicas de su descubrimiento, sino que continuó trabajando en otros aspectos relacionados con la Física. Pero, como era muy sencillo producir rayos X, pronto se popularizaron en lugares públicos y comercios, donde se utilizaban de forma trivial. Su uso se restringió definitivamente al terreno médico cuando se hizo patente el peligro que conllevaba su empleo banal. Un método que conserva la denominación de rayos X porque, según se cuenta, la tradición universitaria alemana defiende que los hallazgos de los profesores pertenecen a la humanidad y no deben ser patentados por nadie.
En este vídeo del canal Imagen Cardiaca TV,
el Dr. Miguel Ángel García Fernández, @MAecocario, explica el nacimiento de la radiografía médica.
Autor
Dr. José Luis Palma Gámiz
Vicepresidente de la Fundación Española del Corazón
Twitter: @jlpalmagamiz