Las enfermedades cardiovasculares pueden tener desenlaces fatales como el infarto. Pero no es la única amenaza que sufren los cardiópatas. Entre las complicaciones más peligrosas que tienen algunas patologías cardíacas se encuentran el ictus, el embolismo sistémico o el accidente cerebrovascular. La buena noticia es que en muchos casos podemos anticiparnos a ellos si seguimos un tratamiento para la anticoagulación.
Según explicó el doctor Ignacio Fernández Lozano, cardiólogo del Hospital Universitario Puerta de Hierro y secretario general de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), en el videochat organizado por la Fundación Española del Corazón (FEC) con la colaboración de Bayer, una de las formas más eficaces de evitar esas complicaciones es el tratamiento anticoagulante. “Resulta esencial para los cardiópatas porque trata de evitar complicaciones graves. Por eso es importante conocer el tratamiento y seguirlo correctamente, además de saber cuáles pueden ser las posibles interacciones, fallos o problemas que puede ocasionar”, señaló Fernández Lozano en el videochat.
Cómo funciona
El objetivo del tratamiento clásico para la anticoagulación, los llamados fármacos antivitamina K, es que la sangre no se coagule y de esa forma, no se formen trombos. Pero, ¿cuándo tenemos riesgo de que eso ocurra? Según explica Fernández Lozano, hay distintas situaciones en que puede darse esa tendencia a la formación de coágulos. La más frecuente es la fibrilación auricular, “una arritmia muy común sobre todo en personas mayores (más del 10% de la población mayor de 80 años en España se encuentra en fibrilación auricular), que a su vez es la principal causa del ictus”, explica.
Otros pacientes que suelen necesitar medicación anticoagulante son los enfermos con prótesis cardiacas o con prótesis percutáneas. También se prescribe el tratamiento anticogulante a quienes hayan tenido un embolismo pulmonar o un tromboembolismo venoso. En todos esos casos “será el cuerpo humano el que deshaga los coágulos en caso de que se formen, pero los anticoagulantes ayudan a ello. La coagulación es un equilibrio muy complejo entre mantener la sangre licuada para que pueda circular por las arterias y venas, y coagular la sangre cuando se produce una ruptura del lecho vascular de forma que se pueda contener una hemorragia”, expone el secretario general de la SEC.
Tipos de anticoagulantes
En la actualidad existen dos tipos de fármacos para la anticoagulación. Por un lado, los anticoagulantes clásicos, también conocidos como antivitamina K, que inhiben la formación y la absorción en el intestino de vitamina K, una de las encargadas de la coagulación. El otro tipo de fármacos son los nuevos anticoagulantes orales o anticoagulantes de acción directa, que actúan sobre el factor 10 o sobre la trombina.
El efecto de los dos tipos de fármacos es similar, pero los anticoagulantes de acción directa no precisan de un control en sangre mientras que los clásicos sí lo necesitan, ya que tienen una respuesta muy variable entre paciente y paciente o incluso entre las distintas fases de vida del paciente. “Por eso es necesario monitorizar los niveles de INR que tiene el paciente a lo largo del tiempo”, explica el cardiólogo Fernández Lozano añadiendo que también hay otra diferencia relacionada con la efectividad. “La principal complicación de los anticogulantes es la hemorragia, y la más peligrosa es la intracraneal. Sin embargo, los anticoagulantes de acción directa han demostrado que reducen de forma significativa el porcentaje de hemorragia intracraneal. Por eso se les considera más efectivos que los anticoagulantes clásicos en la mayoría de los pacientes. Otra diferencia es que interaccionan menos tanto con otros medicamentos como con cambios en la dieta”, afirma.
Cómo controlar el INR
El INR que debe controlarse en caso de tomar anticoagulantes clásicos es un índice normalizado del control de la anticoagulación. Para medir el nivel de aticoagulación de un fármaco antivitamina K se usaban hace unos años distintos parámetros, lo que podía dar un ideal de dosificación diferente cuando el paciente cambiaba de laboratorio o el laboratorio cambiaba de técnica. “Por eso se hizo una normalización de ese índice, cuyas siglas en inglés son INR, que es el que se usa en la actualidad para el control de la anticoagulación cuando utilizamos un antivitamina K”, explica Lozano. “El nivel de INR adecuado depende de por qué se esté tomando el anticoagulante. Si el paciente tiene fibrilación auricular buscamos unos niveles de INR entre 2 y 3. Son las indicaciones también para la mayoría de los pacientes con tromboembolismo venoso o para la prevención y el tratamiento del embolismo pulmonar. Pero si el enfermo tiene una prótesis valvular metálica, esos niveles objetivo del INR son un poco mayores, entre 2,5 y 3,5”, afirma.
La importancia de mantener esos niveles en el rango indicado es clave para evitar complicaciones. Y esos niveles pueden verse afectados tanto por la interacción con otros medicamentos como por nuestra dieta. “Como estos fármacos inhiben la formación de vitamina K, las dietas ricas en vegetales verdes pueden alterar un poco el efecto del anticoagulante clásico. Lo peligroso es hacer cambios bruscos en la alimentación: pasar de comer mucha verdura a no comer ninguna, o de comer mucha carne a no comer ninguna. Lo que recomendamos es mantener una dieta equilibrada y a ser posible estable en el tiempo”, concluye.
Las posibles consecuencias de estar fuera de rango dependen de si se superan las cifras objetivo o son inferiores a lo debido. En este último caso no se está protegido para la presencia de embolismos sistémicos o ictus; si está por encima, hay riesgo de tener una hemorragia. Para saber en qué situación nos encontramos existen sistemas de detección de INR en sangre capilar basados en tiras reactivas similares a las que se usan para medir la glucosa. “El paciente se pincha en la yema del dedo con una lanceta e impregna una tira reactiva con una gota de sangre”, señala el doctor Fernández Lozano insistiendo en la importancia de este control.