El tratamiento de la enfermedad cardiovascular ha cambiado radicalmente desde la aparición de unos pequeños dispositivos que ayudan a corregir el estrechamiento de las arterias. Su nombre, stents, es hoy conocido por casi todos, y no solo entre el colectivo médico. Entre otras razones, porque han permitido tratar la enfermedad cardiovascular mejorando la esperanza y la calidad de vida de muchos pacientes cardiacos. Su uso ha resultado clave para combatir la reestenosis, consiguiendo que las arterias se mantengan abiertas y que intervenciones como la cirugía de bypass de urgencia sean casi cosa del pasado.
¿Cómo llegaron estos pequeños dispositivos a ser una pieza fundamental de la cardiología intervencionista? Como explican los autores del trabajo Breve historia de los stents coronarios, publicado en la Revista Española de Cardiología (REC), fue fruto de una combinación: la necesidad de obtener mejores resultados en el tratamiento de la enfermedad coronaria, y la personalidad única de destacados médicos que impulsaron su progreso.
Hoy, la colocación de stents a través de la angioplastia coronaria transluminal percutánea es una de las intervenciones que se realizan con más frecuencia. Pero hace medio siglo ni siquiera se conocía esta técnica. Fue en 1963 cuando el radiólogo Charles Dotter y su ayudante, Melvin Judkins, “recanalizaron” accidentalmente una arteria ocluida mientras realizaban una aortografía abdominal. Un año más tarde usaron un catéter para realizar la primera angioplastia periférica transluminal percutánea, esta vez ya de forma intencionada, y la intervención tuvo éxito. Pero tuvieron que pasar 13 años más para que el cardiólogo y radiólogo Andreas Gruentzig llevara a cabo la primera angioplastia coronaria transluminal percutánea con balón (o angioplastia con balón antiguo simple [ABAS], como posteriormente se denominó).
Fue a partir de este momento cuando se inició una verdadera revolución en el tratamiento de la enfermedad coronaria. Nacieron así los stents coronarios, que se desarrollaron para evitar la retracción arterial y la reestenosis después de una dilatación con balón. O dicho de otra forma: su objetivo es abrir el interior de un vaso sanguíneo que se ha estrechado y, por tanto, deja pasar menos sangre, con las consecuencias que se pueden derivar de ello. La razón de que se estrechen los vasos sanguíneos es la aterosclerosis, el acúmulo de lípidos o grasas y células inflamatorias en las paredes de las arterias junto con producción de colágeno en las mismas.
Como explican los autores del trabajo Breve historia de los stents coronarios, hoy esos pequeños muelles llamados stents se pueden clasificar en 3 grandes familias: stents metálicos (SM), stents farmacoactivos (SFA) y armazones vasculares bioabsorbibles (AB).
- Stents metálicos. En 1986, Ulrich Sigwart y Jacques Puel marcaron un hito al implantar de manera independiente el primer stent coronario autoexpandible. Al año siguiente, los doctores Julio Palmaz y Richard Schatz desarrollaron un stent expandible con balón, el primero autorizado por la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos. El problema era la elevada incidencia de trombosis, que obligaba a utilizar dosis altas de fármacos anticoagulantes. Se superó al ver que los stents requerían una presión elevada para su expansión completa, además de introduciendo tratamiento antiagregante plaquetario combinado doble (TAPD).
- Stents farmacoactivos. Posteriormente, los stents evolucionaron pasando a ser, además de dispositivos que abren el vaso sanguíneo, eficaces plataformas de liberación local de fármacos. En 1999, el doctor J. Eduardo Sousa implantó en Brasil el primer SFA, lo que abrió la puerta a un nuevo y revolucionario paradigma en la historia de la cardiología intervencionista.
- Armazones vasculares bioabsorbibles. La preocupación sobre eventos adversos tardíos relacionados con la persistencia de las plataformas metálicas en el vaso coronario dio pasó durante la última década al interés por la tecnología de stents totalmente bioabsorbibles. Se trata de evitar la reestenosis inmediata y la retracción vascular, permitiendo que el dispositivo luego que se degrade con el paso del tiempo, con lo que se elimina el riesgo a largo plazo asociado con la presencia de un armazón metálico.