El cuidado de la salud cardiovascular es clave en los pacientes con cáncer. Fue la razón del nacimiento de la cardio-oncología, una nueva especialidad cuyo objetivo es prevenir y tratar el posible daño que se puede producir en el corazón y en el sistema cardiovascular durante y después de los tratamientos del cáncer. Pero, ¿qué relación hay entre ambas enfermedades?
Como explica la doctora Teresa López-Fernández, cardióloga de la unidad de cardio-oncología del Hospital Universitario La Paz de Madrid, ambas enfermedades comparten múltiples factores de riesgo tanto modificables (tabaco, alcohol, sedentarismo, obesidad, hipertensión, diabetes mellitus…) como no modificables (edad, sexo, predisposición genética). De hecho, “al menos uno de cada tres pacientes con un nuevo diagnóstico de cáncer tiene antecedentes de problemas cardiovasculares o factores de riesgo cardiovascular, que lo hacen más vulnerable a las terapias antitumorales”, advierte.
Y es que los tratamientos del cáncer pueden favorecer el desarrollo precoz de hipertensión o diabetes, aumentar las cifras de colesterol, desencadenar arritmias, insuficiencia cardiaca o aumentar el riesgo de trombosis, complicaciones que pueden llegar a interrumpir tratamientos que estaban resultando eficaces para controlar el cáncer. “Por este motivo, es imprescindible organizar programas de prevención cardiovascular durante y después del tratamiento antitumoral”, indica López-Fernández.
¿Cuál es el riesgo de cada paciente?
Sin embargo, el riesgo de desarrollar esas complicaciones no es el mismo en todos los pacientes. Depende, además del tipo de cáncer y de su tratamiento, del riesgo cardiovascular del paciente. Averiguar cuál es ese riesgo es una de las funciones de los equipos de cardio-oncología, que realizan una valoración cardiovascular completa antes del tratamiento oncológico para identificar qué pacientes pueden ser más vulnerables y necesitar una vigilancia más estrecha.
“En esta valoración es imprescindible considerar la edad del paciente, el tipo de cáncer que padece y el tratamiento que precisa, así como sus antecedentes oncológicos y de enfermedades cardiovasculares. Disponemos de escalas que nos permiten establecer el riesgo teórico que un paciente tiene de desarrollar complicaciones derivadas del tratamiento y en función del mismo podemos proponer las estrategias más adecuadas de monitorización y prevención cardiovascular”, señala la doctora recordando que es esencial “acompañar al paciente durante el proceso del cáncer y guiarle para mejorar su salud cardiovascular”.
Así, durante la fase de tratamiento activo, la monitorización cardiovascular permite adelantarse a los eventos graves “y detectar fases precoces, asintomáticas y potencialmente reversibles de daño cardiovascular, sin interrumpir el tratamiento antitumoral”, explica. Para ello suelen ser necesarios estudios como electrocardiogramas, holter o ecocardiogramas que evalúan la función cardiovascular.
Una vez terminada la fase de tratamiento activo del cáncer, un equipo multidisciplinar de oncólogos, hematólogos y cardiólogos se encargan de mantener un control cardiovascular adecuado en caso de que sea necesario cuando hay posibilidades de complicaciones cardiovasculares a largo plazo.
Además de todo lo anterior, los expertos recuerdan que mantener un estilo de vida saludable es fundamental para minimizar los riesgos. Por eso, dejar de fumar, evitar el consumo de alcohol, practicar ejercicio físico al menos durante 150 minutos semanales y comer de forma saludable evitando grasas saturadas y alimentos procesados deben formar parte de la rutina.