La Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva años advirtiéndolo: la mayoría de la población duplica la ingesta recomendada de sal, y ese elevado consumo, sumado a una absorción insuficiente de potasio (menos de 3,5 gramos por día) contribuyen a la hipertensión arterial y aumentan el riesgo de cardiopatía y accidente cerebrovascular. Ya estamos viviendo las consecuencias, porque se calcula que cada año se podrían evitar 2,5 millones de defunciones si el consumo de sal a nivel mundial se redujera al nivel recomendado.
¿Y cuál es ese nivel? Según la OMS, tomar como máximo 2 gramos de sodio al día, el equivalente a 5 gramos de sal diarios. Así contribuiríamos a combatir los peligros de la sal, logrando “disminuir la tensión arterial y el riesgo de enfermedad cardiovascular, accidente cerebrovascular e infarto de miocardio”, señala la OMS. Por eso, los Estados Miembros de la organización han acordado reducir en un 30% el consumo de sal de la población mundial en los próximos cinco años.
Pero, ¿por qué deberíamos olvidarnos de la sal tanto como pudiéramos? ¿Qué es lo que hace que sea tan nociva para el organismo? La respuesta de los expertos es que la sal guarda una relación lineal con nuestra presión arterial, lo que quiere decir que cuanta más sal consumimos, más aumenta nuestra tensión. Y al ser la hipertensión uno de los principales factores de riesgo cardiovascular, el control del consumo es esencial. Porque afortunadamente se trata de un factor de riesgo que podemos controlar: al igual que podemos dejar de fumar o controlar la grasa de las comidas para mejorar nuestros niveles de colesterol, reducir la cantidad de sal que tomamos está en nuestras manos.
¿Cómo reducir la sal de nuestras comidas?
Para lograr reducir la cantidad de sal que ingerimos a diario no solo debemos mantener el salero lejos. También debemos tener en cuenta la llamada “sal invisible”, aquella que se añade durante la transformación de los productos procesados, de la que procede entre el 70 y el 80% de la sal que consumimos diariamente. De ahí la recomendación de los especialistas, que aconsejan que nuestra alimentación se base en alimentos frescos, que es la mejor manera de controlar la sal que consumimos durante el día.
En cualquier caso, si compramos productos procesados, al menos deberíamos fijarnos en su etiquetado para ver la cantidad de sal que contienen. Y tener en cuenta que en muchos casos no aparecerá la cantidad de sal sino la de sodio, por lo que habrá que multiplicar la cantidad de sodio de la etiqueta por 2,5 para saber a cuántos gramos de sal equivale. Además, para tener una referencia, podemos tener en mente que 1,25 gramos de sal por cada 100 gramos de producto es un contenido muy alto en sal, mientras que 0,25 gramos de sal por cada 100 gramos de producto se considera poca sal.
Otra recomendación para reducir la sal sin renunciar a sabores sabrosos es sustituirla por otros condimentos. Como se explica en la guía de compras para una alimentación saludable, los sofritos y salsas de tomate son una buena fuente de antioxidantes, pero a menudo tienen demasiada sal. Para reducirla, tenemos unas grandes aliadas: las especias. Pueden ayudarnos a dar sabor a nuestros platos sin añadir más sodio del recomendado. Además, podemos utilizar zumo de limón o vinagre en lugar de sal en las ensaladas o dar sabor a un guiso con verduras y hortalizas como la cebolla, el puerro o el ajo en vez de añadiendo sal.
El Programa de Alimentación y Salud (PASFEC) de la Fundación Española del Corazón tiene como objetivo mejorar la salud nutricional de la población y servir de guía a los consumidores. Entre otras tareas, realiza un análisis detallado del etiquetado a través de un Comité Científico integrado por expertos en nutrición y cardiología. Así, cuando un producto se identifica con el sello del programa, se asegura que el mismo tiene una propiedad saludable y que, en base a ésta, su composición puede ser mejor por su incidencia en la salud cardiovascular que la del resto de productos de su categoría. Además, no sólo se verifica la realidad de la declaración de salud que utilice en el etiquetado (reducido en sal, rico en fibra, bajo en grasas o lo que en cada caso destaque), sino también que en la composición nutricional que se detalla en el mismo no se exceden los límites razonablemente establecidos de otros elementos que puedan ser considerados negativos para la salud cardiovascular (grasas, azúcares, sal, etc). Puedes encontrar más información del programa en este enlace.