Una de las preguntas que los pacientes suelen formularse tras el diagnóstico de insuficiencia cardiaca es si podrán llevar una vida normal. Ocurre lo mismo en quienes superan un infarto o sufren una angina de pecho. Y la respuesta de los especialistas es que, en gran medida, en muchos casos depende del propio paciente. La razón es que está en su mano cambiar su estilo de vida y modificar los hábitos menos saludables, además de seguir las orientaciones del equipo sanitario. Es decir, implicarse en su recuperación. Y con ese objetivo nacieron los programas de rehabilitación cardiaca.
Cada vez hay más evidencias de que esa implicación mejora la calidad de vida del paciente. Como explica en este artículo el doctor Alfonso Valle Muñoz, jefe del Servicio de Cardiología del Área del Corazón de Marina Salud (Denia) y vocal de la Asociación de Riesgo Cardiovascular y Rehabilitación Cardiaca de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), “el entrenamiento y otros componentes de la rehabilitación cardiaca en la insuficiencia cardiaca son seguros y beneficiosos, y dan como resultado mejoras significativas en la calidad de vida, la capacidad funcional, la mejora en el rendimiento y la reducción de hospitalizaciones relacionadas con insuficiencia cardiaca”.
Así se muestra en un reciente documento del American College of Cardiology en el que, desde los mecanismos fisiopatológicos, se revisa cómo la rehabilitación cardiaca mejora la capacidad funcional de los pacientes, lo que conlleva la mejora de la calidad de vida y una reducción en los reingresos.
Pero, ¿en qué consiste exactamente la rehabilitación cardiaca? Los especialistas lo definen como un programa multidisciplinar que incluye entrenamiento con ejercicios, modificación de los factores de riesgo, evaluación psicosocial y evaluación de resultados. De ahí que el programa esté formado por equipos multidisciplinares en el que, además de cardiólogos, participan nutricionistas, psicólogos, fisioterapeutas y personal de enfermería especializada.
Como se detalla en este artículo, se compone de tres fases. La primera tiene lugar durante la hospitalización, en la que se trata de evitar el deterioro funcional y progresivamente se procura que el paciente alcance antes del alta un nivel de actividad similar al que necesita para llevar a cabo tareas simples de autocuidado personal y movilización en el ámbito doméstico. La segunda fase comienza tras el alta hospitalaria, y suele incluir sesiones formativas con información sobre factores de riesgo, características de la enfermedad que se padece y la importancia de la adherencia al tratamiento farmacológico, consultas de rehabilitación y fisioterapia para estudiar el estado físico del paciente, un programa físico individualizado para la mejora funcional, consultas de cardiología y consultas de enfermería para analizar los hábitos de vida del paciente y así poder indicar las medidas a tomar para mejorar y controlar los factores de riesgo. En cuanto a la tercera fase, el objetivo es que el paciente aprenda a integrar hábitos saludables en su rutina para el resto de su vida.