Una de las preguntas más habituales que plantean los pacientes en la consulta médica es la idoneidad del consumo de vino y otros alcoholes. No hay una respuesta única, ya que son muchos los factores a tener en cuenta: sexo, estado de salud, tratamiento, etc. Este post intenta despejar dudas al respecto y romper con algunos mitos.
El vino lleva miles de años en la vida del hombre. Cinco siglos antes de Cristo, Hipócrates ya reconocía sus propiedades terapéuticas en la curación de ciertas infecciones, en la cicatrización de las heridas, como agente diurético y antipirético, como estimulante del apetito, tranquilizante natural, inductor del sueño, etc. Si bien estas cualidades curativas no han podido ser demostradas científicamente, sí existen algunos datos que animan a no restringir su uso.
En su composición existen polifenoles de marcado efecto antioxidante como la sirtuina y el resveratrol, así como antocianos y vitaminas muy beneficiosas para corregir y compensar algunas carencias ejerciendo, al mismo tiempo, una evidente protección cardiovascular. No hay que olvidar, sin embargo, que el vino contiene ácidos y alcoholes cuyos efectos nocivos a nivel neurológico, cardiaco o hepático son igualmente bien conocidos y que provocan enfermedades del tipo de la miocardiopatía alcohólica, determinadas formas de demencia y dependencias patológicas así como disfunciones hepáticas y pancreáticas severas del tipo de la cirrosis crónica o la pancreatitis aguda. Todo depende de dos factores básicos: la cantidad ingerida y la tolerancia individual.
¿Una copa al día?
Es un hecho conocido que la tolerancia al alcohol tiene una amplia variación de un sujeto a otro y que en el hombre es superior a la de la mujer. Por tanto, y de forma generalizada, se suele recomendar que el consumo sea distinto entre sexos. Esto ha llevado a la conclusión de que, en ausencia de contraindicación formal, en el varón el consumo máximo estaría limitado a dos vasos diarios y en la mujer a uno.
Desde un punto de vista epidemiológico se han observado algunos hechos sorprendentes. En los grandes consumidores de alcohol la mortalidad global es más elevada que en los abstemios pero, paradójicamente, en los consumidores pequeños o moderados esa mortalidad global y cardiovascular es menor que en aquellos que no consumen. Algunos investigadores acuñaron el término "paradoja francesa" para explicar estos hechos. Se sabe que nuestros vecinos galos tienen un alto consumo de grasas saturadas lo que incrementaría las valores sanguíneos de colesterol y, por tanto, elevaría el riesgo para padecer enfermedad cardiovascular. Si embargo, no sólo Francia sino otros países ribereños del Mediterráneo como Italia, Grecia y España muestran menor mortalidad cardiovascular que los del norte de Europa. Se sospecha que el mayor consumo de vino tendría un efecto cardioprotector. Los nórdicos, a diferencia nuestra, son más proclives al consumo de los denominados "alcoholes blancos" (vodka, ginebra, aguardiente, etc.) cuyo efecto beneficioso está por determinar. Se supone que la presencia de los compuestos a los que nos referíamos antes (flavonoides, polifenoles, vitaminas, etc.,) contenidos en el vino ejercen un papel cardiosaludable que se traduciría en una reducción significativa de la enfermedad cardiovascular y en un incremento de las expectativas de vida.
¿Quiere decir todo lo anterior que los médicos, siguiendo los consejos de Hipócrates, deberíamos recomendar el consumo de vino y otros alcoholes a nuestros pacientes? Decididamente, no. Sin embargo, en aquellos en los que no existan contraindicaciones formales como insuficiencia cardiaca, angina no controlada, hipertensión severa, tumores buco-faríngeos, insuficiencia hepática, pancreática o renal, síndrome tumoral, trastornos neurológicos centrales o periféricos, consumo de ciertos fármacos o diabetes descompensada, las pequeñas cantidades a las que nos referíamos antes para el varón y la mujer sí pueden ser consentidas.
Si estás medicado...
No hay que olvidar que algunos medicamentos potencian la acción del alcohol y que, a su vez, el alcohol modifica la absorción y las propiedades terapéuticas de otros, en especial la de ciertos anticoagulantes (Sintrom). Por todo ello, conviene consultar con el médico para verificar si los medicamentos prescritos se verán o no afectados por la ingesta de alcohol. De la misma manera, el alcohol es un irritante de la mucosa gástrica por lo que su consumo asociado a un tratamiento con aspirina podría provocar una hemorragia digestiva.
Alcohol y diabetes
En los pacientes coronarios con diabetes tipo 2 hay que ser extremadamente cautos. No hay que olvidar que el vino tiene un alto contenido en azúcar. Por regla general, el organismo metaboliza 7 gramos de alcohol por hora. Si se sobrepasa esta cantidad, el hígado aumenta su actividad metabolizadora del alcohol en detrimento del metabolismo del azúcar lo que trae como consecuencia inmediata un aumento de las concentraciones de glucosa en sangre. Teniendo en cuenta lo que hemos expuesto en párrafos anteriores, tampoco el consumo de vino estaría absolutamente contraindicado en diabéticos compensados pero la cantidad a consumir sería algo menor que la de los sujetos sanos. Además, se aconseja no consumir nunca alcohol con el estómago vacío. En el caso de los diabéticos controlados el vino debe de ser un tímido acompañante de la comida en la que, además, se procurará beber agua para aumentar el filtrado renal y así eliminar más rápidamente el alcohol ingerido. Si se va a beber vino durante la comida el primer plato debería estar compuesto por hidratos de carbono de absorción lenta. Si un diabético necesita insulina para el control de su glucemia deberá evitar el consumo alcohólico en la fase en la que la hormona tiene su pico máximo de acción, lo que suele ocurrir habitualmente entre las 2 y 3 horas después de su administración, ya que el riesgo de que se produzca una bajada de azúcar (hipoglucemia) es alto.
Existen algunos datos que igualmente sugieren que el consumo de otros alcoholes como la cerveza, el güisqui o la ginebra podían tener propiedades similares a las del vino pero esto no ha sido aun suficientemente demostrado.
En resumen; el alcohol no es un protector cardiovascular ni un 'reanimador vital' como se nos mostraba en las antiguas películas del Oeste pero su consumo en los pacientes cardiovasculares bien controlados y siguiendo las pautas que hemos mencionado antes, estaría autorizado en aquellos pacientes que tienen la 'saludable' costumbre de acompañar sus comidas con un líquido que, desde la antigüedad, viene siendo considerado como el 'elixir de los dioses'.
Autor
Dr. José Luis Palma Gámiz
Vicepresidente de la Fundación Española del Corazón
Twitter: @jlpalmagamiz