A medida que vamos soplando velas en nuestros cumpleaños, nuestros órganos y arterias también van sumando años. Concretamente a nivel cardiovascular, el envejecimiento se manifiesta en la aparición de aterosclerosis, que los médicos describen como el engrosamiento y rigidez de la pared arterial. Algo que se acentúa en presencia de factores de riesgo cardiovascular como el tabaquismo, la hipertensión arterial, la hipercolesterolemia, la diabetes o antecedentes familiares de cardiopatía isquémica precoz.
Pero, ¿cuándo empieza a ocurrir este proceso? “Poner un límite de edad es difícil, ya que siempre hay que individualizar”, señala la Dra. Clara Bonanad Lozano, presidenta de la Sección de Cardiología Geriátrica de la Sociedad Española de Cardiología. “Por ejemplo, a un paciente más joven con uno o varios de los factores de riesgo mencionados tendríamos que controlarlo de forma más precoz. Pero como norma general, a partir de los 55-60 años en varones y de los 60-65 años en mujeres hay un punto de inflexión a partir del cual la edad per se sí parece suponer un incremento del riesgo cardiovascular”, explica la cardióloga.
A partir de entonces, tenemos más posibilidades de que aparezcan algunas de las patologías cardiovasculares más frecuentes, como la hipertensión arterial o la fibrilación auricular, que como explica la doctora Bonanad Lozano es una arritmia común en las personas mayores. Presente en otras patologías como valvulopatías, hipertensión arterial, etc., puede inducir complicaciones como tromboembolismo sistémico y sobre todo cerebral (ictus). Requiere tratamiento con anticoagulación “y está presente en hasta aproximadamente el 20% de los pacientes mayores de 80 años, aunque en pacientes octogenarios ingresados por otras patologías (infecciosas, cardiovasculares o neurológicas) el porcentaje es incluso mayor”, afirma.
Otras patologías que se dan con mayor frecuencia entre la población mayor son la insuficiencia cardiaca, “que se manifiesta como falta de aire al hacer esfuerzos ligeros, aunque puede aparecer incluso en reposo, y edematización de piernas entre otros signos y síntomas”, explica Bonanad Lozano, o la cardiopatía isquémica, que engloba la angina de pecho y el infarto y, como recuerda la doctora, “son la manifestación final de la ateroesclerosis coronaria. Por otra parte, la misma ateroesclerosis también puede causar enfermedad de arterias cerebrales y producir ictus”, indica.
Una forma de evitar el avance de la ateroesclerosis y al mismo tiempo cuidar la salud cardiovascular es vigilar los clásicos factores de riesgo cardiovascular que son comunes a todas estas patologías: hipertensión arterial, diabetes, tabaquismo, colesterol elevado, insuficiencia renal, obesidad y sedentarismo, entre otras. Y para lograrlo, la presidenta de la Sección de Cardiología Geriátrica de la Sociedad Española de Cardiología recomienda cuatro pautas básicas:
- Controlar las cifras de presión arterial. Si nos tomamos la presión arterial en casa, es importante fijarse en si el pulso es regular o irregular, ya que en caso de que fuera irregular es recomendable consultar con el médico para descartar arritmias benignas frecuentes en los pacientes mayores. Si el pulso es muy lento, por debajo de 45-50 lpm, y no se toma medicación para bajar las pulsaciones, también es buena idea consultar al médico, al igual que en caso de que las cifras superen las recomendadas – 140/90 mm Hg-.
- Realizar al menos una vez al año un análisis general que incluya específicamente parámetros de función renal, lípidos (colesterol y triglicéridos), glucemia y hemoglobina glicosilada para despistaje de diabetes. De esa forma, se podrá tratar el problema en caso de que lo haya.
- Seguir un estilo de vida cardiosaludable que incluya ejercicio físico aeróbico moderado de 3 a 5 veces a la semana -por ejemplo, caminar al menos 150 minutos semanales- y dieta mediterránea baja en sal con consumo de pescado, fruta, verdura y aceite de oliva.
- No fumar y evitar en lo posible el consumo de alcohol.