Durante el verano, disponer de vacaciones permite que podamos dedicar algo más de tiempo a cuidarnos. Y si hablamos de salud cardiovascular, ese cuidado tiene un pilar fundamental: el ejercicio físico. Gracias a él podemos controlar factores de riesgo como el sobrepeso, la hipertensión o niveles elevados de azúcar y colesterol, además de ayudarnos a rebajar el estrés.
Pero además, como explica en este artículo la Dra. María Dolores Masiá, miembro de la Sociedad Española de Cardiología y especialista en Cardiología Deportiva, la práctica deportiva “produce cambios a otros niveles que sin duda son positivos, como, por ejemplo, permitir que nuestro corazón desarrolle nuevos vasos arteriales que favorezcan el aporte de sangre y nutrientes a nuestro corazón”.
¿Qué actividad deportiva elegir para obtener todos esos beneficios? Los expertos afirman que no es tan importante la disciplina por la que nos decantemos como que la practiquemos con la frecuencia necesaria y la mantengamos en el tiempo, ajustándola a nuestras características individuales (la OMS aconseja al menos 75 minutos semanales si se trata de una actividad intensa o 150 si hablamos de actividad física aeróbica de intensidad moderada). Por eso, cualquier actividad que implique movimiento y esté mínimamente controlada para evitar lesiones es aconsejable si somos constantes y la incluimos en nuestra rutina semanal. Pero debemos tomar algunas precauciones si no queremos que las altas temperaturas estivales nos pasen factura:
Bien hidratados
Con el calor veraniego, todos podemos sufrir deshidratación y sus consecuencias. Pero la población más vulnerable en este aspecto son ancianos, niños, embarazadas y también los deportistas. La razón de que estos últimos se incluyan en el colectivo de quienes son más susceptibles a sufrir deshidratación es que en verano aumenta la cantidad de líquido que perdemos por el sudor, y si estamos realizando una actividad física intensa, esa pérdida es aún mayor.
El principal problema asociado a la deshidratación severa es que puede llegar a deteriorar nuestra función renal, pudiendo llevar a la aparición de otros eventos más extremos incluso a nivel cardiaco. En condiciones basales debemos beber entre dos y tres litros de agua al día, incluso aunque no tengamos sed. Lo ideal si vamos a practicar deporte es que mantengamos una hidratación ajustada a nuestros requerimientos antes, durante y después del mismo, siendo preferible hacerlo en pequeños sorbos.
Al amanecer o al atardecer
El entorno en el que desarrollemos la actividad física marcará la mejor hora para practicarla, ya que no es lo mismo realizar deporte en el mar, dentro del agua, que en la montaña o en un parque de una ciudad. Sin embargo, como norma general, lo ideal es evitar las horas centrales del día, cuando se dan las temperaturas más altas.
Por eso los expertos aconsejan que, si es posible, se practique deporte al amanecer o al atardecer, cuando hay menos probabilidades de sufrir un golpe de calor. En cualquier caso, se recomienda realizar la actividad física fuera de la franja horaria que va de las 12.00 y las 18.00 horas, especialmente en el caso de no estar acondicionado.
Con la ropa adecuada
En esta época del año, la elección de la ropa deportiva es aún más importante debido a que el calor nos hace sudar más. De ahí que se aconseje elegir prendas que transpiren bien y sean ligeras. De igual manera también debemos elegir adecuadamente nuestro calzado, siempre vigilando el terreno por el que practicaremos ejercicio físico (no es infrecuente por ejemplo ver a personas en montaña con chanclas, estando totalmente desaconsejado).
Además de tomar estas precauciones, es importante que ante cualquier síntoma sospechoso, como dolor en el pecho, más fatiga de lo normal, palpitaciones, mareo o pérdida de consciencia, consultemos con el médico.
Realizar actividad física es una de nuestras mejores herramientas en salud. Si se hace de manera asesorada, mejor aún.