La contaminación ambiental es el cuarto factor de riesgo cardiovascular más importante, y la de los océanos está empeorando. Cada año, mueren aproximadamente 8,8 millones de personas en el mundo, unas 30.000 en España, como consecuencia de la contaminación. Las enfermedades cardiovasculares como el infarto de miocardio o la insuficiencia cardiaca suponen hasta un 80% de esas muertes.
La contaminación de los océanos está compuesta por desechos plásticos, derivados del petróleo, metales tóxicos, productos químicos, pesticidas, nitrógeno, fósforo, fertilizantes y aguas residuales. La industrialización, el incremento de la producción y liberación al medio ambiente de productos químicos y plásticos, la expansión de la agricultura y las descargas masivas de desechos en los ríos, puertos y estuarios están teniendo efectos muy negativos en la salud de los océanos. Además, "la escasa reutilización" y el reciclaje insuficiente de las materias primas también influyen.
Como se explica en el número 149 de la Revista de la Fundación del Corazón, anualmente se producen unos 300 millones de toneladas de plástico en el mundo, una producción que ha aumentado más de 20 veces en los últimos 60 años. Además, se estima que 10 millones de toneladas de desechos plásticos llegan a los mares cada año y su degradación dura cientos de años.
Estos procesos son impulsados por una combinación de luz solar, aire (oxígeno), calor y humedad, pudiendo conducir a la formación de partículas muy pequeñas de plástico. Los microplásticos son partículas de menos de 5 milímetros (mm), que representan uno de los contaminantes más preocupantes en la actualidad. Estos fragmentos se acumulan y persisten en los océanos. Además, suelen contener aditivos químicos que son liberados al agua a medida que el plástico se degrada. Este es el caso del bisfenol A, que interactúa con los receptores de estrógenos del sistema cardiovascular. Los contaminantes son ingeridos por los animales marinos, cambiando el comportamiento alimenticio, reproductivo y aumentando su mortalidad.
Numerosos estudios han encontrado la presencia de microplásticos en diferentes organismos marinos como peces, bivalvos, cangrejos, aves marinas, fitoplancton o corales. Las partículas de plástico, junto con la liberación de fertilizantes y otros productos químicos, también contribuyen al aumento de las floraciones de algas nocivas que producen toxinas causantes de enfermedades.
En humanos, la principal ruta de exposición a productos químicos, metales pesados o microplásticos es el consumo de agua, pescado y marisco contaminados. El consumo de alimentos y bebidas puede suponer una ingesta semanal de 5 gramos de plástico, equivalentes al peso medio de una tarjeta de crédito. Actualmente, se desconocen los efectos a largo plazo de la acumulación de plásticos en el organismo, pero ya hay estudios investigando al respecto.
Por otro lado, en el caso de los adultos, la exposición a otros compuestos como el metilmercurio aumenta el riesgo de demencia y enfermedades cardiovasculares. También los contaminantes derivados del petróleo pueden aumentar ciertos factores de riesgo cardiovascular, como la hipertensión y la aterosclerosis, incrementando el riesgo de infarto, accidentes cerebrovasculares, e insuficiencia cardiaca.
¿Qué podemos hacer para reducir la contaminación de nuestros océanos?
A nivel individual, la principal estrategia para cuidar los océanos es reducir el consumo de plásticos de un solo uso: bastoncillos, cubiertos, bolsas, platos, etc. A nivel poblacional, se están empezando a desarrollar políticas que buscan reducir el plástico de un solo uso. Además, es necesario prevenir la contaminación por mercurio, gestionar de manera efectiva los residuos, reducir las emisiones de nitrógeno y fósforo, crear áreas marinas protegidas y extender programas de control de la contaminación marina a todos los países.
El pescado juega un papel imprescindible en la prevención de enfermedades cardiovasculares. Por eso cuidar el océano es cuidar nuestro corazón y garantizar un futuro saludable para las generaciones venideras.
Se recomienda comer entre tres y cuatro raciones a la semana, siendo una ración igual a 125-150g. El pescado tiene muchas propiedades beneficiosas ya que es fácilmente digerible, aporta proteínas de alto valor biológico y es una estupenda fuente de vitamina, A, B y D. También es rico en yodo, fósforo, potasio, hierro, magnesio e incluso calcio si se consumen las espinas.
Uno de los principales beneficios del pescado con respecto a la salud cardiovascular es el reducido aporte de ácidos grasos saturados como el omega 6, y el elevado aporte de ácidos grasos insaturados (omega 3 y oleico). Los ácidos grasos omega 3 son esenciales para nuestro cuerpo y desempeñan funciones importantes, incluyendo la estabilización del metabolismo de las grasas. Estos ácidos grasos reducen el colesterol LDL o colesterol "malo" que se asocia a obstrucción de las arterias y aumenta el riesgo cardiovascular. También aumentan los niveles de colesterol HDL o colesterol "bueno", contribuyendo a mantener niveles saludables de colesterol y a reducir el riesgo de eventos cardiacos. El consumo de pescado en general también se asocia con menor riesgo de desarrollo de diabetes y menos azúcar en sangre en ayunas.
El pescado azul (sardina, salmón, atún, etc.) tiene mayor contenido graso que los pescados blancos (merluza, bacalao, etc.), pero son los que contienen mayor cantidad de ácidos grasos omega 3. Por ello, lo ideal es comer ambos tipos en igual cantidad semanalmente, y en caso de que solo comamos tres raciones a la semana, que dos de ellas sean de pescado azul.