Se la denomina la asesina silenciosa, y en España la padecen más de 15 millones de pacientes. Es una epidemia imparable y sus consecuencias pueden ser muy graves, pero ciertos cambios en el estilo de vida pueden ayudar a reducirla.
Ni molesta ni causa síntoma alguno. Por eso se la denomina ‘la asesina silenciosa’. Y ese es, precisamente, su mayor problema: que no se nota y es indetectable, salvo si uno no acude a la farmacia o al centro de salud a tomarse la tensión. Y que esta enfermedad pase inadvertida tiene mucho riesgo.
Las primeras consecuencias las sufren las arterias, que se endurecen y se engrosan para soportar la presión arterial alta, y eso puede difi cultar el paso de la sangre; es lo que se conoce como arterioesclerosis, que puede derivar en complicaciones graves como infarto de miocardio, hemorragia o trombosis cerebral.
Hasta ahora, las guías de práctica médica establecían que con una presión sistólica (la alta) por debajo de 140 mmHg estábamos fuera de peligro. Pero un estudio de la American Heart Association publicado hace unas semanas ha matizado esa creencia. El estudio, llamado SPRINT, ha analizado a 9.361 pacientes hipertensos con alto riesgo cardiovascular durante un ensayo que ha durado más de tres años. A la mitad se los conminó a mantener su presión sistólica por debajo de 120 mmHg, y a la otra mitad se les mantuvo la tensión al borde de lo considerado hasta ahora como saludable, por debajo de 140 mmHg. Pues bien, entre los pacientes del primer grupo hubo un 26% menos de muertes y un 38% menos de casos de fallo cardiaco. Más claro, imposible.
Para los miles de millones de personas que sufren hipertensión en el mundo (15 millones en España), este anuncio es decisivo. Para empezar, estos contundentes resultados obligan a hacer una reflexión: ¿es necesario cambiar las guías de práctica médica y poner el límite de la presión sistólica en 120? Miren Morillas, vocal de la sección de Riesgo Vascular y Rehabilitación Cardiaca de la SEC, ha asegurado a El Confidencial que aún es pronto para cambiar las recomendaciones, pero reconoce que «habría que revisar la conducta médica».
Para Morillas, «los resultados de este estudio harán que algunos médicos cambien su criterio, especialmente en pacientes mayores de 50 años y con otros factores de riesgo cardiovascular además de la hipertensión, decidiendo tratarlos antes o revisando su medicación». El ejemplo más visual de la situación lo ha aportado el cardiólogo Marc Alan Pfeffer a The New York Times. «Si hasta ahora un paciente de 50 años con colesterol alto u otro factor de riesgo cardiovascular venía a mi consulta con una presión sistólica de 136, yo tenía que decirle ‘bien hecho’. Pero ahora, a la vista del estudio SPRINT, me siento obligado a recetarle más medicamentos antihipertensivos para ayudarlo».
Sin embargo, los fármacos antihipertensivos no son las únicas armas para luchar contra la hipertensión. Realizar cambios en nuestro estilo de vida (y mantenerlos) puede conseguir el objetivo de rebajar la presión sistólica a 120 mmHg.
1. Abandone el tabaco
Es el principal enemigo que hay que batir. Como afi rma el doctor Julián Segura, presidente de la Sociedad Española de Hipertensión (SEH-Lelha), «cuando hablamos de los factores de riesgo cardiovascular, uno más uno generalmente suelen ser más de dos; es decir, cuantos más factores se acumulen, peor. Y en este sentido, que los fumadores abandonen el hábito del tabaco es clave, ya que la diferencia entre un hipertenso fumador y otro que no fuma es tremenda». De hecho, según apuntan desde la Sociedad Española de Cardiología (SEC), dejar de fumar tiene más beneficios para la hipertensión que cualquier medicamento, ya que al poco de dejar el hábito los niveles de presión arterial mejoran radicalmente.
Los casos de arterioesclerosis entre fumadores son muy comunes, y el tabaco también favorece la aparición de fenómenos trombóticos, produce disfunción endotelial y modifica el perfi lipídico, reduciendo el colesterol bueno y aumentando el colesterol malo. Todo eso hace que en los fumadores el riesgo de sufrir un accidente cardiovascular sea de dos a tres veces superior.
2. Rebaje el consumo de sal
Para la Sociedad Española de Cardiología (SEC), la sal es «una droga». Y no solo por los efectos perjudiciales que provoca en nuestra salud, sino también por la alta capacidad adictiva que posee, que algunos estudios comparan con la que tienen los opiáceos o la cocaína. Esa alta capacidad adictiva explicaría por qué cada español consume, de media, entre diez y doce gramos de sal al día, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda no superar los cinco gramos.
Cuando se habla de sal, muchas veces solo pensamos en la que añadimos a la cazuela o al plato, pero tener a raya el salero no basta, porque la cantidad de sal oculta en ciertos productos que consuminos de forma habitual es altísima. Como explican fuentes de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, «casi todos los alimentos procesados y precocinados, incluso los cereales del desayuno, que aparentemente son dulces, contienen gran cantidad de sodio». Y este, como ya sabemos, es un factor que favorece la hipertensión.
3. El alcohol, ni probarlo
Es una evidencia: el consumo de alcohol aumenta las tasas de mortalidad por enfermedades hepáticas, cardiopatías y accidentes cerebrovasculares. Pero sin llegar a tanto, el alcohol también aumenta la presión arterial. Y si ese aumento de la tensión ya resulta peligroso entre los que tienen unas cifras normales de presión arterial, entre los hipertensos es una bomba de relojería que puede estallar en cualquier instante. El mecanismo exacto por el que el alcohol aumenta la presión arterial no es bien conocido aún, pero se cree que este precipita la liberación de la hormona adrenalina, que contrae los vasos sanguíneos. Sea como fuere, lo que es seguro es que reducir el consumo de alcohol disminuye la presión arterial. Y si es hipertenso, vigile mucho el concepto de ‘consumo moderado’: para alguien por la presión alta, el único consumo moderado es no probar ni una gota.
4. Practique deporte
El deporte es una vía excelente para combatir la hipertensión. Al realizar ejercicio físico se produce un bombeo de sangre hacia los músculos que los hace más eficientes, por lo que el corazón no se ve obligado a bombear con tanta fuerza. El deporte, sea el que sea, también dilata los vasos sanguíneos, por lo que al tener un mayor diámetro la presión es menor. Los deportes de resistencia son los más recomendables para reducir la hipertensión arterial, pero han de practicarse de forma regular y continua; es decir, más de tres veces a la semana durante una hora y sin parar bruscamente.
La carrera es muy popular entre los hipertensos: correr a ritmo suave durante más de una hora disminuye la frecuencia cardiaca y dilata los vasos sanguíneos. También se recomiendan los deportes que utilizan a la vez los miembros superiores e inferioresm como la natación, el esquí de fondo o el remo. Montar en bicicleta también resulta beneficioso si se mueven desarrollos pequeños y no se trabaja con demasiada resistencia.
5. Baje de peso
La incidencia de la hipertensión en las personas obesas es de dos a tres veces superior que entre las que tienen un peso normal. Pero la buena noticia es que perder peso es mucho más efectivo para rebajar la tensión arterial que cualquier otra medida antihipertensiva que uno pueda desarrollar. Perder diez kilos de peso hace que la tensión sistólica (la alta) baje cerca de dos puntos; por ejemplo, de 140 a 120 mmHG. El mecanismo fisiopatológico que relaciona peso y presión sanguínea es aún desconocido (de hecho, no se sabe a ciencia cierta cuál es el motivo por el que se produce la hipertensión), pero sí se sabe que el peso es uno de los factores que aumenta la presión sanguínea en el 95% de los casos. Pero epidemiológicamente los cardiólogos lo tienen muy claro: una persona que adelgaza reduce su tensión. Y esa es una verdad incontestable.
6. El colesterol, a raya
La última de las principales causas de hipertensión es el colesterol. Esta sustancia grasa, al acumularse en las arterias, impide la normal circulación del flujo sanguíneo, lo que puede propiciar la aparición de hipertensión. De hecho, la población hipertensa suele presentar niveles más elevados de colesterol LDL (el ‘malo’) y menores de HDL (el ‘bueno’) que la población con cifras normales de presión arterial. Valores de tensión arterial por encima de 140/90 mmHg y colesterol total que superen los 190 mg (cuando el LDL, el ‘malo’ supera los 115) son considerados como factores de riesgo que interactúan entre sí para la aparición de enfermedades cardiovasculares como isquemia o ateroesclerosis.
La combinación de fármacos como las estatinas, el ejercicio físico regular y una dieta adecuada reducen la incidencia de la hipercolesterolemia y, por tanto, de la hipertensión: una dieta baja en grasas saturadas, rica en fibra y ácidos grasos insaturados y pobre en sodio, actividad física regular y el control periódico con el médico deben ser normas obligatorias para reducir las cifras de colesterol en sangre.
Artículo publicado por Alberto E. Parra en el Nº 119 de la revista Salud y Corazón.