Coger cualquier producto alimenticio de un estante del supermercado y acto seguido meterlo en el carro era la práctica más común hasta hace unos años. Sin embargo, cada vez más introducimos un paso intermedio: leer el etiquetado de lo que vamos a comprar antes de meter ese producto en nuestra cesta de la compra. Según los especialistas, es una rutina clave para poder seguir una alimentación cardiosaludable. Y es que la “letra pequeña” de cada producto nos aporta una información crucial que no podemos pasar por alto si el objetivo es ganar salud.
Como afirmó en la charla de la #SemanadelCorazón ‘La alimentación saludable, clave fundamental para mantener una mejor calidad de vida’ Javier Aranceta, presidente del Comité Científico de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC) y miembro del Comité de Nutrición de la FEC, todo lo que comemos influye en nuestra salud, y está en nuestra mano hacer lo posible porque sea buena. Por eso es fundamental saber qué estamos comprando, señalaba en el encuentro online ‘El derecho a entender lo que comemos’ Marisa Calle, profesora de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad Complutense de Madrid y también miembro del Comité de Nutrición de la FEC.
Como explicó la profesora Calle, en la parte trasera del producto se incluye una etiqueta donde podemos ver la composición del alimento. Y de esa etiqueta, los expertos aconsejan fijarse en dos apartados fundamentales: la composición, que incluye cada uno de los ingredientes que componen ese alimento en orden decreciente en cantidad; y la información nutricional, en la que se señala la relación de calorías por cada 100 gramos o 100 mililitros de grasas totales, grasas saturadas, azúcares… Es decir, todos los macronutrientes que componen ese alimento. “Hay que fijarse en la cantidad”, indicó la integrante del Comité de Nutrición de la FEC, “porque esas cifras se refieren a 100 gramos o mililitros de alimento. Sin embargo debemos tener en cuenta cuáles son las cifras para una ración de ese alimento – si por ejemplo es un envase de 250 ml y nos lo tomaremos entero, habría que multiplicar la cantidad por 2,5-”, advertía Marisa Calle.
Además del tamaño del envase, la cantidad de nutrientes por cada 100 ml o 100 gr, las proteínas, los hidratos de carbono o las grasas, también pueden añadirse otros elementos informativos como la cantidad de fibra, las vitaminas y los minerales que tiene ese alimento, lo que nos puede ayudar a hacer la valoración global del producto.
Pero ahí no acaba toda la información que puede incluir la etiqueta del alimento. También podemos encontrar mensajes que informan al consumidor acerca de si ese alimento tiene alguna propiedad nutricional, especificando el contenido o ausencia de determinados nutrientes o sustancias que tienen un beneficio nutricional. Sin embargo, es importante saber que ese valor nutricional – por ejemplo, contenido en omega3- debe llegar a determinada cantidad para que suponga realmente un beneficio nutricional. “Nos deben decir no solo que tiene omega 3 sino la cantidad de omega 3 que tiene. Y además deben indicarnos cuál es la cantidad mínima de esa sustancia para que ejerza su función saludable”, señalaba Marisa Calle poniendo el ejemplo de las nueces, que se ha comprobado que en determinada cantidad, entre 25 y 30 gramos, pueden ayudar a mantener niveles adecuados de colesterol en sangre.
“Con toda esta información ya podemos elegir aquellos alimentos que más nos interesen: que tengan menos grasa saturada, que no tengan azúcares añadidos, que sean altos en fibra -al menos tres gramos de fibra por cada 100 gramos-… Y si además tienen otra serie de nutrientes que pueden beneficiarnos, mejor aún. Por ejemplo, minerales y vitaminas”, concluyó la profesora de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Comité de Nutrición de la FEC.
En este sentido, el Programa de Alimentación y Salud (PASFEC) de la Fundación Española del Corazón tiene como objetivo simplificar esa tarea para el consumidor, pues ese análisis detallado del etiquetado ya la ha realizado previamente un Comité Científico integrado por expertos en nutrición y cardiología. Así, cuando un producto se identifica con el sello del programa, se asegura que el mismo tiene una propiedad saludable y que, en base a ésta, su composición puede ser mejor por su incidencia en la salud cardiovascular que la del resto de productos de su categoría. Además, no sólo se verifica la realidad de la declaración de salud que utilice en el etiquetado (reducido en sal, rico en fibra, bajo en grasas o lo que en cada caso destaque), sino también que en la composición nutricional que se detalla en el mismo no se exceden los límites razonablemente establecidos de otros elementos que puedan ser considerados negativos para la salud cardiovascular (grasas, azúcares, sal, etc). Más información del programa en este enlace.
Puedes acceder al resto de charlas sobre alimentación y ejercicio físico que tuvieron lugar en la #SemanadelCorazón en este enlace.