Lo definen como un trabajador infatigable, que no descansa ni de día ni de noche, para que todo el organismo trabaje correctamente. Entre otras razones, porque es el motor que da vida a todo: sin él faltaría el jefe de logística que se encarga de distribuir por todo el cuerpo lo que este necesita. Porque esa es su función: llevar hasta los millones de células de las que estamos formados el oxígeno y las sustancias que proporcionan energía. Hablamos de esa máquina casi perfecta llamada corazón, el órgano que late nada menos que 100.000 veces al día. Así funciona.
Los latidos
En un solo latido, el corazón trabaja mucho más de lo que podríamos imaginar. Está dividido en cuatro partes, dos aurículas en la parte de arriba y dos ventrículos, la parte más grande del corazón, en la de abajo. El corazón cuenta con algo parecido a un reloj interno en la aurícula derecha al que se le llama nodo sinusal. Es quien marca el ritmo al corazón, indicándole el paso al que debe ir, por eso se lo conoce como marcapaso natural.
La sangre se recoge de todo el cuerpo y llega ya sin oxígeno por las venas a la aurícula derecha para a continuación bajar al ventrículo derecho. Este bombea la sangre a los pulmones para que se oxigene y después, la sangre ahora con oxígeno vuelve al corazón. Pasa de la aurícula izquierda al ventrículo izquierdo y este expulsa con fuerza esa sangre oxigenada para que el sistema arterial la reparta por todos los órganos del cuerpo. Un proceso que ocurre en un solo latido, repitiéndose constantemente.
Pero, ¿cuántas veces? En un corazón sano con un ritmo uniforme, ese proceso tiene lugar entre 50 y 100 veces por minuto si estamos en reposo. Una cifra que puede aumentar por ejemplo con el ejercicio, cuando es posible que lleguemos a alcanzar hasta 150 latidos por minuto. Es decir, que el ritmo del corazón varía para ajustarse a las necesidades de oxígeno del organismo. Por eso nuestro corazón no late las mismas veces por minuto si estamos descansado en la cama que cuando subimos una cuesta con una gran pendiente o nos vamos a correr.
Tamaño y posición
El corazón sano es un órgano de aproximadamente el tamaño de un puño, que pesa entre 250 y 350 gramos dependiendo del peso corporal y del sexo (es más pesado en ellos que en ellas). De todas formas, ese peso puede variar con la edad. Se encuentra dentro de una bolsa llamada pericardio y se sitúa en el tórax, justo detrás del esternón y delante del esófago, la aorta y la columna vertebral. Desde ahí se encarga de bombear alrededor de 7.000 litros de sangre al día. Lo hace a través de ocho vasos sanguíneos que entran y salen del corazón y cuya función es transportar la sangre: las dos venas cavas, las cuatro pulmonares y dos grandes arterias, la aorta y la arteria pulmonar.
Cómo cuidarlo
La mala noticia es que esa máquina que roza la perfección no tiene una vida eterna. La buena, que cuidándola puede funcionar sin problemas durante muchas décadas. Es cierto que a medida que vamos cumpliendo años, las arterias van envejeciendo y las placas de colesterol van depositándose en ellas, de forma que las arterias se van obstruyendo. En especial si se padecen factores de riesgo como la diabetes, la hipertensión, la obesidad, niveles altos de colesterol o si se es fumador. Pero podemos ralentizar ese proceso si mantenemos a raya los factores de riesgo cardiovascular.
Es la razón por la que debemos llevar una vida saludable desde la infancia. Y esa vida saludable implica, además de no fumar, seguir una dieta equilibrada como la dieta mediterránea, hacer ejercicio desde edades tempranas y mantener ese hábito en la edad adulta. Si además se siguen los controles médicos pautados para vigilar si aparece algún factor de riesgo, mejor aún.