La mayoría de quienes no se dedican a la medicina ni siquiera ha oído hablar de ella. Pero si supiéramos de su existencia y, sobre todo, cómo se manifiesta, habría más probabilidades de diagnosticarla a tiempo. Y un diagnóstico temprano puede incluso llegar a curarla. Hablamos de la hipertensión pulmonar, que cada año celebra su Día Mundial el 5 de mayo.
El síntoma principal es la disnea, fatiga o asfixia, que al principio de la enfermedad aparece con esfuerzos pero, pasado un tiempo, puede llegar a manifestarse incluso en reposo. Otros síntomas secundarios son la hinchazón de piernas y el aumento del tamaño del hígado y del perímetro del vientre. Incluso puede producir asfixia, pérdida de conocimiento, dolor torácico o cianosis, que es el tono azulado que adquieren uñas y labios por disminución del oxígeno en la sangre, cuando la cantidad de sangre que atraviesa la barrera pulmonar para regar el cuerpo es extremadamente baja. Y es que la hipertensión pulmonar es una enfermedad que consiste en la elevación de la presión sanguínea en el circuito arterial y venoso pulmonar, lo que produce una dificultad para la función del ventrículo derecho, que no puede vaciarse con facilidad.
Esta circunstancia es frecuente cuando se da a causa de enfermedades cardiacas o pulmonares, pero se trata de una enfermedad “rara” o poco común cuando afecta solo al circuito arterial (hipertensión arterial pulmonar), bien por afectación primaria o secundaria a tromboembolismo pulmonar. Los especialistas advierten que debemos estar sobre aviso especialmente cuando pertenezcamos a uno de los grupos de población de riesgo como los afectados por esclerodermia, formas hereditarias o post tromboembolismo pulmonar. Para diagnosticarla habitualmente se necesita un ecocardiograma a través del que poder ver signos de aumento de presión.
La clave: el diagnóstico precoz
Ante cualquier sospecha, acudir rápidamente al especialista es crucial, especialmente si se pertenece a los grupos de riesgo a los que hemos hecho referencia. Es la única forma de proporcionar un diagnóstico precoz, que además puede permitir trasladar a los pacientes a centros de referencia a tiempo de poder ser efectivos, ya que cuanto antes se diagnostique y trate, mejores resultados se obtienen, disminuyendo sus síntomas, limitaciones y sobre todo aumentado el tiempo de vida y reduciendo su mortalidad.
De lo contrario, la hipertensión arterial pulmonar puede tener efectos fatales. La mortalidad de esta enfermedad en su curso natural es muy alta y puede producirse en poco tiempo, incluso antes que en muchos cánceres. La buena noticia es que, en la actualidad, hay tratamientos y procedimientos con los que frenar su progresión e incluso llegar a curarla en algunos casos. La presencia de nuevos fármacos, más potentes y con menos efectos secundarios, además de más fáciles de administrar, han sido claves en estos avances.
En cuanto a la forma de prevenir esta enfermedad, los especialistas afirman que la información en los grupos de riesgo y el conocimiento sobre síntomas de alarma y autocuidados es fundamental. Igualmente, es beneficioso evitar y controlar los factores de riesgo cardiovascular tradicionales: hipertensión, diabetes, niveles elevados de colesterol, obesidad, sedentarismo y tabaquismo.