Resulta bastante frecuente que los propios deportistas consulten o sean remitidos por profesionales médicos por considerar que presentan una frecuencia cardiaca baja en reposo. Todos sabemos que uno de los beneficios de realizar ejercicio físico de manera regular es la disminución de dicha frecuencia cardiaca, que se produce de manera fisiológica como adaptación al entrenamiento y que no resulta para nada un peligro. Por lo tanto, a diferencia de las otras entradas en esta no estamos tratando una enfermedad como tal.
Resulta bastante frecuente que los propios deportistas consulten o sean remitidos por profesionales médicos por considerar que presentan una frecuencia cardiaca baja en reposo. Todos sabemos que uno de los beneficios de realizar ejercicio físico de manera regular es la disminución de dicha frecuencia cardiaca, que se produce de manera fisiológica como adaptación al entrenamiento y que no resulta para nada un peligro. Por lo tanto, a diferencia de las otras entradas en esta no estamos tratando una enfermedad como tal.
Generalmente, en términos puramente cardiológicos, definimos bradicardia como una frecuencia cardiaca en reposo por debajo de 60 latidos por minuto (lpm), aunque este dato aislado no necesariamente diferencia aquella persona deportista de la que no lo es, es decir, podemos encontrarnos estas frecuencias cardiacas en gente sedentaria y al revés, en ocasiones vemos a deportistas que curiosamente están por encima de estas cifras (bien es cierto que no es lo habitual). Debido al interés y a la preocupación que suscita hemos decidido hacer una entrada para intentar aclarar sus peculiaridades:
Características de la bradicardia del deportista:
Realmente no deberíamos hablar de la bradicardia del deportista como tal, ya que como se ha comentado previamente esta característica no es exclusiva de la gente que realiza actividad física regular, aunque si que suele ser mucho más frecuente y marcada en este grupo. Por este motivo realmente lo que interesa aclarar son las características que diferencian una frecuencia cardiaca baja, llamémosle benigna, de otra que no lo es.
Se trata de un hallazgo que no debe provocar síntoma alguno en el deportista y al realizar ejercicio físico debe desaparecer, alcanzando una frecuencia cardiaca máxima conforme avance la actividad física que no impida el desarrollo de un adecuado rendimiento deportivo.
Una de las dudas habituales que suelen preguntarnos en la consulta es a partir de qué pulso esa bradicardia puede suponer un peligro. Pues bien, la bradicardia puede llegar a ser considerable sobre todo en los periodos de descanso nocturno, registrando frecuencias cardiacas por debajo incluso de los 30 lpm en algunos casos más extremos (si esto ocurre, a todo el mundo le gusta compararse, salvando las distancias, con el famoso y mítico ciclista Indurain…) sin que esto deba ocasionar problema alguno. De igual manera, con una buena historia clínica más un electrocardiograma es sencillo determinar si se trata de una adaptación al deporte o una patología, pudiendo ser necesario en caso de duda un estudio con Holter ECG (un monitor que registra el electrocardiograma durante 24 horas).
¿Cuándo debería preocuparme?
Claramente debes hacerlo cuando presentes algún síntoma fuera de lo normal, sobre todo en caso de mareo o pérdida de conocimiento.
Si ves que tu rendimiento se ve afectado o que tu frecuencia cardiaca máxima ya no es lo que era puede ser un dato que nos esté alertando sobre un posible sobreentrenamiento, aunque esta cuestión no es sencilla de aclarar y requiere un estudio más exhaustivo.
En cualquier caso, ante la mínima duda, lo mejor es que consultes con un especialista en la valoración de deportistas y sea él quien decida si precisas algún otro estudio complementario.