Hace ya tres décadas se filtraba una noticia que asombraba a todo el mundo: el corazón del entonces joven ciclista Miguel Indurain latía con una frecuencia cardiaca de 28 latidos por minuto (lpm) en reposo, una cifra muy por debajo de la del común de los mortales. De hecho, en términos cardiológicos se hablaría de bradicardia, ya que este tipo de arritmia se define como una frecuencia cardiaca en reposo por debajo de 60 lpm. Sin embargo, en su caso no se trataba de ninguna patología que mereciera atención médica.
Muchos otros deportistas se encuentran en una situación similar, especialmente si practican deportes de resistencia como el ciclismo, el triatlón o el maratón: es muy posible que la frecuencia de sus latidos por minuto esté por debajo de los 60 lpm sin que eso suponga una amenaza para su salud. ¿Cómo distinguir entonces la conocida popularmente como “bradicardia del deportista” de la bradicardia que alerta de una patología cardiovascular?
Como explica la doctora Dolores Masiá en este artículo, la principal diferencia es que la primera “no debe provocar síntoma alguno en el deportista y al realizar ejercicio físico debe desaparecer, alcanzando una frecuencia cardiaca máxima conforme avance la actividad física que no impida el desarrollo de un adecuado rendimiento deportivo”. Por el contrario, si existe alguna patología que cause esa bradicardia suele haber síntomas como mareos o incluso pérdida de conocimiento. “En ese caso se necesita un tratamiento que consiste en el implante de un marcapasos con el que el paciente, en la inmensa mayoría de las ocasiones, va a hacer una vida totalmente normal”, explica el doctor Nicasio Pérez Castellano en este vídeo de la sección #telodigodecorazón.
Para determinar si se trata de una adaptación al deporte o una patología puede bastar con una buena historia clínica y un electrocardiograma. En caso de duda, será necesario un estudio con Holter ECG (un monitor que registra el electrocardiograma durante 24 horas).
Adaptaciones del corazón al deporte
A pesar de que el tipo de bradicardia “benigna” que popularizó Miguel Indurain no es exclusiva de deportistas, lo cierto es que se da con mucha más frecuencia entre quienes practican actividad física de forma regular e intensa. La razón es que, con la práctica frecuente del deporte, el organismo sufre modificaciones.
Algunas como la generación de musculatura en determinadas partes del cuerpo dependiendo del tipo de actividad, son muy evidentes. Pero además se dan otras que pasan desapercibidas a simple vista. Es lo que ocurre con el músculo cardiaco, donde se producen modificaciones y adaptaciones. Una de las más importantes es el descenso de la frecuencia cardiaca en reposo y también durante el ejercicio físico. Sin embargo, no es la única.
Como explica el doctor Zigor Madaria en este artículo, “las adaptaciones son los cambios que se producen en los distintos órganos y sistemas cuando se hace ejercicio de forma regular y que tienen un doble objetivo. Por un lado, reducen el trabajo y el estrés físico del organismo cuando realiza un esfuerzo determinado y, por otro, aumentan la potencia máxima y la cantidad máxima de trabajo efectivo que se pueden realizar”. Todas ellas son las responsables del efecto protector del ejercicio. De ahí que los expertos aconsejen realizar ejercicio físico con frecuencia -al menos entre 150 y 300 minutos de actividad aeróbica moderada a la semana (o el equivalente en actividad intensa, lo que serían al menos entre 75 y 150 minutos semanales)- para cuidar la salud cardiovascular.